Pasar al contenido principal

Main Area

Main

“Un músico es un chamán contemporáneo”

Sergio Vainikoff

Por Luis Mojoli

Hay mucha cosa de pensar que existen músicas de distintas hechuras, más simples o complejas...
Yo no creo en eso. Creo en el compromiso artístico del músico cuando entrega su alma en hacer lo que tiene que hacer. Y después hay lenguajes, una sintaxis y una morfología de cada música. Hay un todo que tiene que ir desarrollándose. No es lo mismo analizar La consagración de la primavera de Stravinsky o de qué manera Ravel orquestó Cuadros de una exposición que quizás entender la lógica de un reggaetón. Ahora si vos te sentás a tratar de entender la lógica de una música popular vas a ver que es muy sofisticado porque mientras que lo que se escribe en la música de concierto, en la popular tal vez lo importante sea tener el acervo de “haber vivido” aquello que se están tocando. Cuando empecé a hacer las cosas para cantantes cordobeses, como los dos primeros discos de Rodrigo, por ejemplo, tuve que ir a ver cómo se bailaba cuarteto, de qué manera la gente recibía eso y lo llevaba a su emoción.

¿Qué significa ser un compositor a esta altura del siglo XXI?
Hasta no hace mucho los dueños de la estructura de producción de la música, es decir los productores discográficos, te condicionaban ideológica y estéticamente sobre qué música grabar. Si no entrabas en esos parámetros no podías poner en circulación tu música. Sin embargo, hoy por hoy hay todo un desarrollo por fuera de esa estructura por el cual circulan las más variadas músicas del mundo. Esas músicas no salen del diseño de una estrategia de marketing sino que únicamente son el producto del estado de ánimo de sus creadores.

Hoy en día ese mega poder de los sistemas de producción no existe más o por lo menos ha cambiado.
Seguro, un pibe en Choele Choel, en Santa Cruz de la Sierra o en los Pirineos tiene una computadora, acceso a Internet y un par de instrumentos. Con esas herramientas puede generar lo suyo y emocionar a todo el planeta. Y no depende de ninguna estructura de producción. La habilitación de lo digital destruyó ese paradigma que existió durante años que decía que la única manera de poder hacer algo era siempre y cuando estuvieses bancado por una compañía muy poderosa. Al no existir más ese paradigma cambió la manera del productor de estar en el mundo y hacer su trabajo.

Recuerdo una charla con Spinetta a fines del siglo pasado en la que le preguntaba cuál había sido para él el gran avance de la tecnología con respecto a la creación musical. “La aparición de la portaestudio a casete”, respondió.
Totalmente de acuerdo. La portaestudio hizo que los músicos no necesitáramos acceder a un carísimo y gigantesco estudio para registrar nuestro trabajo. Lo podíamos hacer en casa, al menos de un modo artesanal, pero fue un avance indiscutido. Mi primera portaestudio se la compré a Andrés Calamaro, que éramos amigos desde chicos. No podías creer tocar y volver a grabar encima de lo que habías tocado. Mi primer disco fue con el grupo Horizonte, en el año 78 para el sello Sazám y en el estudio Music Hall de la calle Uriburu: tenían una consola de 8 canales pero el estudio ocupaba todo un edificio.

¿Cómo definirías la importancia de un músico en los tiempos que corren?
Un músico es un chamán contemporáneo. Es un ser al que le baja algo por su antena, recibe una energía del lugar que habita y la devuelve en forma de canción, en una música con una letra. Eso a su vez le cambia la energía a la gente que está escuchando en su casa o en un auditorio. El músico es una especie de conductor de energías emocionales, una situación que se ha producido siempre. Ahora, cuando aparecieron tipos que rompieron los esquemas, en cualquier género, las cosas se pusieron interesantes. Y hoy día hay millones de cosas que rompen los esquemas y que no circulan bajo el amparo de esas estructuras de poder que por lo general tratan de igualar todo con el fin de que todo sea más vendible. Pasa en el folklore argentino: hace 50 años nos deslumbramos con el Cuchi Leguizamón o Eduardo Lagos y hoy, empezando por el Negro Aguirre, es moneda corriente encontrar músicos de raíz que ponen lo estándar de la música local patas para arriba. La música es libertad.

Premios, distinciones y fetichismo variado.
Premios, distinciones y fetichismo variado.

Al mismo tiempo hay una suerte de callejón sin salida en cierto público que todavía está esperando la aparición de un nuevo Spinetta o un nuevo García. Tal vez nunca más aparezcan artistas de esa magnitud porque fueron el resultado de una época irrepetible.
Aquella gente que empezó esta historia, Spinetta, Charly, fueron tipos con el alma en la mano y con el cerebro a flor de piel. Yo toqué con Horizonte en el Luna Park en la primera presentación de Serú Girán en Buenos Aires. Hacían una música que no se entiende dónde la sacaron, por eso los trataron tan mal al comienzo. Imaginate a Spinetta armando Pescado Rabioso mientras en el país mataban gente y luego haciendo un disco como Artaud, un músico de rock nacional metiéndose con los surrealistas. O sea, un tipo que proponía algo muy elevado, un auténtico genio, una palabra que en la actualidad se la ha vaciado de contenido prácticamente. Pero además toda esa generación es consecuencia de una educación de muy alto nivel que había en este país. Yo tengo 60 años y la educación pública que tuve estaba entre las mejores del mundo.

¿La democratización de las tecnologías aplicadas a la música tuvo un efecto positivo o negativo?
Yo debo ser el primer músico que usó una computadora para trabajar en la música. Fue en el 82 con una Yamaha CX5M. Me veían llegar con eso en los estudios y me decían “Poné el partido a ver cómo van”. La tecnología lo que hace es acortar tiempos e ir viendo en tiempo real lo que vas obteniendo. Eso está muy bueno desde la perspectiva del manejo de la situación. Pero el drama de la tecnología es el siguiente: cuando salió el [sintetizador Yamaha] DX7 vos escuchabas los últimos discos de Quincy Jones y Leo Dan y sonaban iguales. Hoy todo el mundo se baja todo de Internet, disponen de 87 trillones de muestras y loops y sin embargo todo suena parecido.

¿Y qué se debe esto?
A la vagancia, a la posibilidad de tener todo al alcance de la mano. Las herramientas condicionan la creación porque está todo demasiado cerca y todo suena demasiado bien, ya está casi todo hecho. Estamos sobre-excitados de información: estás charlando con alguien y te entran WhatsApps, llamadas, notificaciones de Facebook, emails, una llamada de Skype. Al mismo tiempo estás tratando de escuchar música por Spotify.

Es demasiado...
El nivel de concentración es paupérrimo, no hay ser humano que pueda relajarse y no creo que nadie esté preparado para procesar semejante cantidad de información. No es que sea nostálgico pero no hay dudas de que hay cosas que requieren un nivel alto de concentración de lo contrario te las perdés. Cuando vas al cine apagás todo y te sentás a mirar la pantalla y durante dos horas no hacés otra cosa. Con el consumo de la música debería pasar algo similar. La tendencia es que va a desaparecer todo lo que conocemos, la televisión, la radio, los discos, y todo va a ser on-demand. Pero eso trae aparejado un montón de cosas, principalmente la protección de los derechos de los creadores de esos contenidos, fundamentalmente en la música. Por ejemplo YouTube: un sistema de mega-almacenamiento en una nube, un buen software y los usuarios de todo el planeta le ponen el contenido. Entonces, desde hace años se está instalando la idea de que el contenido no vale nada porque lo que vale es por dónde circula la información. El patrimonio de un artista es la obra y eso es lo que hay que proteger.
En Argentina, la ley 11.723 de propiedad intelectual protege al autor de la obra porque cuando esa obra grabada se reproduce en un lugar público se está desplazando a la orquesta que hace 70 años se necesitaba para que sonara dicha obra. Si vos en la década del 50 o 60 estabas en una confitería y sonaba una orquesta, el café en lugar de pagarlo 30
pesos lo pagabas 60 por el derecho de espectáculo.
Si en los 80 en esa confitería pusieron un par de parlantes y una casetera, se ahorraron el cachet de la orquesta. Entonces, según la Corte Suprema si el dueño del bar se está ahorrando de pagarle a los músicos de una orquesta lo menos que puede hacer es pagar a los músicos que están tocando en ese disco que suena en la confitería en lugar de la orquesta y al compositor que escribió la canción. Es una manera de compensar el deterioro de esa fuente de trabajo para que la cultura pueda sustentarse. Pero volviendo a YouTube o Spotify o la tecnología en general: se están llevando puesto todo y los grandes jugadores de la informática quieren cambiar la propiedad intelectual por la monetización. El preview de un video o un banner en YouTube cuestan millones de dólares pero los artistas reciben centavitos. Y es eso injusto, pero en general la gran mayoría de las personas no tienen idea de lo que pasa. A la gran mayoría de la gente que iba a ver al Flaco Spinetta no se le ocurría no pagar la entrada para escucharlo en vivo, era impensado. Hoy en día, nadie se plantea que debería pagar por tener un disco o por escuchar música. Hay una total falta de consciencia de que determinadas cosas son un trabajo, tienen un valor.

¿La idea del management es realmente una idea innovadora o siempre fue del mismo modo?
Más o menos, antes era un poco distinto. Antiguamente lo que pasaba era que la industria tenía una “voracidad limitada”, digamos. Las editoriales musicales tenían un recupero de su inversión, el famoso 25% que se quedan con los derechos editoriales de las obras que administran, que en la actualidad no tiene razón de ser. Ese diagrama para una editorial musical tenía razón de ser a principios del siglo XIX cuando un señor Mussorgsky escribía Cuadros de una exposición y un representante de la editorial le llevaba a Francia la partitura a un señor Ravel que se entusiasmaba con orquestarla y tocarla. Tenía un objetivo, que era la difusión. La partitura era la primera herramienta de difusión y un autor cedía parte de su trabajo para ser difundido. Entonces la editorial se quedaba con un 25% (y hay países donde se quedaba con un 50%) porque la difundía, mandaba el papel a otros países, a otras ciudades, recomendado la obra en cuestión a diversas personalidades que la podrían hacer más popular. Eso fue reemplazado por la radio, que pagaba 3 o 4 % de regalía para el músico porque era un negocio para la discográfica pero para el artista era una herramienta de difusión. Es un juego de variables en el que cada actor pugna por ser el más vivo, pero el que siempre estuvo absolutamente indefenso fue el artista. En realidad esto del 360o significa que la discográfica quiere morder en lugares donde no hacen ningún tipo de trabajo. Esas anomalías hacen que por ahí algunos músicos piensen que está bien que para que le pasen el tema por la radio tengan que compartir la autoría con alguien que no sea autor o que tenga que devolver dinero. Cosas poco decentes y menos dignas que no hacen otra que cosa que confundir el objeto primario de todo esto: la emoción del compositor que lo llevó a querer perpetuar aquel sentimiento que tuvo cuando compuso su obra.

Otro tema importante es la labor del stado en priorizar su cultura y proteger a sus creadores. ¿Cómo estamos en el país en ese aspecto?
Los gobiernos tienen mucho que ver en eso. No me imagino que la banda sonora de Andalucía sea el reggaetón, más bien la imagino con flamenco de fondo y para que eso ocurra tiene que intervenir el Estado. Ayudar no significa subsidios sino convocar a los dueños de las radios y seducirlos con una drástica rebaja de impuestos a cambio de que difundan música nacional. En Brasil pasó eso y el resultado fue la aparición Dorival Caymmi y Tom Jobim de Caetano Veloso y Roberto Carlos.

¿Cuál es la actualidad de AADI, la Asociación Argentina de Intérpretes?
Estamos tratando de visibilizar nuestros conflictos. Esto no quiere decir que nos vamos a enfrentar a todo el mundo, todo lo contrario. Lo que queremos es mostrar la cantidad de cosas injustas que nos están pasando para que la sociedad, la justicia y todos los que puedan ayudar a cambiar un poco este espíritu voraz de ciertas empresas que despertó la tecnología y su vacío legal. Entiendo que es antipático mandar a una persona a cobrarle al dueño de un bar porque está pasando música en su local. Ahora, a esas mismas personas les pregunto qué pasa si ese bar no pone más música. Imaginemos la radio, la TV o la vida entera sin música. Entonces, si congeniamos en que la música es un valor en nuestras vidas no podemos tomar en serio a una senadora cordobesa, uno de los tantos pleitos que tenemos, diciendo que los hoteles no deben abonar un canon por los televisores y la música que pasan en las habitaciones a las sociedades de compositores o intérpretes. Decir algo así es tan ridículo como si yo me negara a pagar la Coca Cola que me tomo del frigobar. Un hotel tiene que pagar de AADI el valor de una habitación por mes. Es decir si la habitación cuesta mil pesos diarios, el hotel debe pagar AADI mil pesos por mes, y encima se quejan de eso. Cuando vos visibilizás el conflicto y te das cuenta que es más ideológico y de clase que un problema en sí comprendés la voracidad de ciertos estamentos de la sociedad que aún piensan que el feudalismo continúa.

¿Cuentan con algún tipo de apoyo de senadores o diputados u otros representantes?
Hay algo que los legisladores deberían saber y por lo general nunca están al tanto de nada. Vos cuando vas a hablar con un diputado o un senador por lo general no tienen ni la más puta idea, piensan que SADAIC o AADI son impuestos o es un curro. Hasta que se los explicás y ahí dicen “Uh, discúlpame no estaba enterado de esto”. Cuando intentamos la ley del canon [tanto SADAIC como AADI intentaron que se cobre un plus destinado a los socios de estas entidades en la venta de todos los objetos que sirvieran de almacenamiento de registros sonoros: desde teléfonos celulares, discos rígidos y CD-R; la ley no se promulgó] se nos vino toda la corporación empresarial encima. Ni siquiera pudimos explicarle a la gente que aquello era para fomentar la creación musical, porque no era un dinero que le sacábamos a los hospitales ni a los jubilados. Era para ayudar a un señor, una señora que se preparó muchísimos años estudiando para tocar un instrumento. El actual es un buen momento de crisis que ofrece una oportunidad de reflexión que tal vez nos permita empezar a entendernos unos a otros. Defender la propiedad intelectual, defender la cultura nacional, es algo básico para un país y comprometerse para que ese pueblo siga existiendo. Entiendo las modas y las voracidades de negocios de los pulpos del sistema, lo que no entiendo es por qué el estado no se involucra de tal manera que nuestra actividad pueda seguir en pie. Porque el tipo que graba un disco no lo hace para cobrar en AADI y en SADAIC; eso es una consecuencia lejana. El tipo que hace un disco lo hace porque le sale de adentro, punto, no está pensando en la guita ni en la fama. Es una necesidad.

2019 Recorplay Música. Todos los derechos reservados.